Alyson Carter

"Por Qué Llora Vicente"

 

Mis yemas rascándote despacito el cuero cabelludo, como mil agujas de acupuntura china, y tu que sonríes flojamente, entregada al placer de la tarde. Dos pájaros trinando felices en la copa de un árbol, buscándose. El canto ronco del río impertubable. Un gemido de gusto y de pereza escapa tu boca, pidiéndome más, y yo feliz sigo arañando tu nuca. Insolentes ráfagas pasajeras nos golpean la cara y nos despeinan. Tu ríes, y tu alegre estallido hace eco en la montaña. ¿Cómo es que tu eco no se escucha? ¿No estás allí, Alyson querida? ¿Vendrá tu alma a pasearse por esta ladera, por nuestro pedazo de mundo, por nuestro río? Las aguas cantan y es tu voz la que llega a mis oídos, las ramas rasguñan mi piel y es tu mano áspera que me acaricia, el olor de pino me devuelve el de tus cabellos, no puede ser que te hayas ido, si estás por todas partes.

Te recuerdas, Alyson, aquella tarde en estos pastos, después de la escuela, la primera vez que tú y yo nos amamos. Tu mano en mi pierna como por casualidad, tu mirada clavada en mí, esperando mi reacción, yo paralizado de alegría por un instante, el beso un poco torpe; caemos al suelo, una ardilla se escapa, nos enredamos en las yerbas tratando de sacarnos la ropa. Yo no sabía si tu me deseabas como yo a tí, pero esa tarde fuiste tú la que me empujaba a dar cada paso, que no me dabas tiempo a vacilar; la que nos desvestiste a los dos, riéndote con esa franqueza tan tuya. Me preguntaste si tenía un condón, pero yo no tenía nada, tú tampoco. Dudamos unos segundos, confundidos, pero era muy tarde para volver atrás. Al ver tus pechos pequeños pero encendidos, tus muslos quemados por el sol, tentándome, tus ojos deseosos pidiéndonos seguir, yo deliraba por tenerte y hacerte mía. Tu grito de amor hizo eco esa tarde en las montañas, lo sentí quebrándose por sobre los árboles, feliz de que tú también llegaras a la cima. Ese grito se quedó enredado en estas yerbas, sigue rebotando hasta el infinito en las montañas, se lo lleva el río todas las tardes al mar.

No puede ser, que mis labios no puedan gustar tu piel salada, que mis dedos no vuelvan a encerrar tus nalgas temblantes, que tus manos suaves no atrapen nunca más mi sexo caliente a punto de reventar, que tu risa no estalle nunca más por sobre las arboledas. No, no puede ser, me niego a creerlo, que te hayas ido, que tu cuerpo yazca inerme bajo la tierra, que no llegues corriendo a abrazarme junto al río, que los pájaros sigan trinando y sus notas no sean para tí, que el sol siga bajando detrás de las montañas sin reflejarse en tus pupilas.

Si el alma tuviera dedos, te pediría que rasguñaras mi piel hasta hacerla sangrar, que me mordieras con fuerza si boca tuviera, que me ayudes a hacer flotar el dolor que se ha hundido en mi sangre.

He sostenido mis lágrimas hasta esta mañana, he querido venir a derramarlas entre la hierba, aquí donde nos amamos la primera vez, aquí donde nos acostamos a buscar duendes entre las nubes, donde tus palabras se confundían con el coro del viento y el ronco susurro del río, donde era imposible separar el perfume de tu pecho de la fragancia de las violetas silvestres.

No sé si podré seguir adelante sin tí, si este paisaje me dará consuelo. Te siento tan próxima, Alyson querida, y a la vez tan lejana.

 


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