Jorge Braña
¿Quién soy?

 

Por definición soy extranjero, no importa en qué lugar (incluso en Chile, donde nací). He peregrinado por el mundo sin realmente desearlo, dejando pedazos por todas partes. Mis raíces están en Chile, mi niñez en Buenos Aires, mi espíritu en Montreal, mi residencia cambió un tiempo a Austin, ciudad a la que alcancé a tomarle el gusto, después de demasiados años en Nueva Jersey. Y de repente por ahí soñando con Barcelona. Ahora de vuelta en Santiago, pero las personas que quiero se encuentran desparramadas por el planeta, al punto que juntar a mis seis hijos alguna vez sería un milagro. Milagro que ha ocurrido sólo una vez, acá en Santiago.

De niño tuve una cualidad que marcó mi destino: era bueno para las matemáticas.  "Cuando crezcas, serás ingeniero" - me repetía mi madre.  También me lo repetían mis abuelos, mis tíos, mis profesores, el director de mi escuela.  A los doce años ya sabía a ciencia cierta que así sería, y si alguien me hubiese sugerido otra cosa lo hubiera mirado como si fuese un marciano.  También tenía un defecto: a menudo andaba con la cabeza "en la luna", atrapada en alguna fantasía.  Esta terrible debilidad fue combatida con gran ahínco por los adultos a mi alrededor, y me salvé jabonado de ser metido muy joven a la Marina para ayudarme a poner los pies "en la tierra", como me amenazaba mi padre. Irónicamente, los terremotos políticos que trajo el destino en mi tierra pudieron fácilmente haber acabado con mi cuello en la horca.  Me salvó Ionesco, historia que ya contaré algún día.

Como ingeniero, por fuerza aterricé, sin darme cuenta de un pequeño problema: al suprimir las fantasías se me fue llenando el alma de fantasmas.  A los treinta y dos años tuve el primer ataque: comencé a vomitar fantasmas.  Rápidamente los escondí en un cajón desordenado de mi escritorio viejo, lejos del alcance de cualquier mirón. Pero ya después de varios ataques los andaba trayendo hasta colgando de mis bolsillos, y no me quedó más remedio que hacer las paces.  Escribir ha sido por años principalmente la forma de reconciliarme con estos duendes internos, y confieso que no he hecho casi esfuerzo alguno por compartirlos con el mundo, a excepción de unos pocos amigos.

La primera vez que escribí un "quién soy" comencé diciendo que no lo sabía, pero que tenía algunas pistas.  Al comenzar de nuevo, creí por un momento saberlo, pero sólo por un momento.  En verdad, no estoy seguro si existo – aunque piense – o si soy un personaje en un cuento en Ceremonias, de Cortázar (mi libro favorito), o me estoy soñando como aquel de Borges, o soy un "aliado" de Don Genaro, invocado cuando me necesita, o quizás el sueño de una mariposa a la que yo también evoco, como Chuang Tzu. Sospecho que cuando la muerte me visite en algún lugar del tiempo y del espacio, todavía no lo sabré.  Amadeu de Prado, el misterioso doctor-escritor que obsesiona a Gregorius en la genial novela Tren Nocturno a Lisboa de Pascal Mercier, se pregunta: Llevamos tantas vidas adentro, tantos destinos, y sin embargo vivimos sólo una. ¿Qué sucede con las otras? ¿A dónde van a parar?

Pero en fin, debemos seguir definiéndonos, buscando, quizá como un guerrero, sin perder las esperanzas, aunque la verdad sólo se pueda aproximar.